Higüey y Fiona

Eduardo Sanz Lovatón

El futuro de República Dominicana, como todo futuro es incierto. Podemos percibir, intuir y hasta predecir los caminos del mañana. Lo que no podemos es afirmarlos con certeza sin correr el riesgo de la hipérbole. Sin embargo, luego de que “Fiona” atacara el Este del país, y de que el presidente Luis Abinader nos pusiera en coordinación con las autoridades locales del municipio de Higüey para llevar ayuda a estas partes afectadas, creo haber visto la posibilidad de una RD muy diferente a la de hoy.

  La solidaridad dominicana se ha puesto el uniforme y ha entrado en combate. Lo primero que hicimos fue pedirles a los colaboradores de la DGA que todo lo que ellos pudieran aportar en medicinas, comidas, materiales de construcción o cualquier cosa, lo fueran llevando a un centro de acopio en nuestra sede central. Aquello había que verlo. Padres llevaban latas, compras, paquetes de todos los tipos. A veces, llevaban sus hijos a ponerlos en la entrada donde se recibían. Hermanas de empleadas iban y recolectaban en su vecindario puerta por puerta. Esto se puso de una manera que llegó a ser difícil entrar a la oficina, puesto que se nos llenó con el espacio que agrupaban las ayudas. Un sábado, todavía llovía por la noche y arrancamos para Higüey a levantar inventario de los problemas. Le había pedido al equipo más cercano que preguntaran por voluntarios. Para mi inmensa sorpresa, más de 150 personas nos acompañaron esa madrugada. No habíamos ofrecido dieta ni gasolina a nadie. Ya en Higüey, vi un pueblo caído pero decidido a levantarse. No vi desesperanza, vi rabia. Vi deseo de avanzar. Desde su alcalde, mi amigo Cholitín, a quien le pregunté si había descansado algo y me espetó un: “Yayo tu viniste a relajar fue”.’ Hasta la gobernadora de la provincia, Martina Pepén, me recibió de una vez como una madre en celo protegiendo a su gente. Así los diputados. Los regidores. Los sacerdotes, empezando por su obispo, y así también los pastores. Así los empresarios de todo el litoral turístico. En fin, todo un liderazgo religioso, político, empresarial y social estaban con las botas puestas. Era como una manera de decirle al mundo: ¡Higüey no se va a joder!

   Al caminar los barrios y cañadas, veíamos las casas caídas y sin techo. Las ropas amontonadas mojadas, la mayoría dañadas. Los pisos destruidos por el lodo. ¿Y saben qué? La gente en su mayoría en vez de llorar y desesperarse, se amontonaban en las casitas más fuertes y se protegían unos con otros. El pan del vecino era de la vecina. La cama dañada era reemplazada por un buen samaritano que tendía la mano. Vi escenas de amor por el prójimo que me mojaron los ojos. Levantamiento hecho, comenzamos a llamar a los grandes capitanes/as de empresas dominicanas. Sí, esos que algunos quieren desmeritar por sus riquezas. Llamé a dueños de supermercados, ejecutivos de grupos económicos, dueños de mueblerías, amigos ingenieros. Una amiga de la universidad que hoy ayuda a dirigir quizás uno de los principales grupos económicos del país, hasta me dijo: “Yayo voy a ir contigo a ver eso”. Cosa increíble, a todos los que llamé, repito, a todos, no hubo una persona que me dijera: No puedo. Todos aportaron. Esto es fundamental para la rápida reacción. Pues como es sabido, los procesos de compra del Estado dadas las obligaciones de transparencia, toman un tiempo que los estragos de un huracán no consideran. A todo esto, tanto el presidente Abinader, como la vicepresidenta Raquel Peña, nos supervisaban y nos asistían, llamando y empujando ellos también. Así, comenzaron a llegar las ayudas desde todas partes. Ya el problema no era conseguir ayudas sino repartirlas adecuadamente. Era pedir paciencia para que los equipos de trabajo pudieran usar el zinc, la madera, el cemento, clavos y demás. Era organizar la solidaridad para que llegara de la manera más permanente posible.

  En fin, políticos de partidos diferentes, empresarios que compiten y no siempre amistosamente, denominaciones religiosas distintas, todos juntos por una causa: Llevar solidaridad de Higüey. Les concluyo con algunas anécdotas de esta experiencia: Un empresario de Santiago me llamaba insistentemente y me decía que qué más necesitábamos. Unos empleados de aduanas que me mandaban un correo molesto porque no se les invitó a participar de las labores de ayuda. Un periodista que me acompañó y se quedó en Higüey a dormir para seguir viendo lo que no creía. Una señora que el río se le llevó la cama, la ropa y la dejó hasta descalza, que me dijo: ministro (sin yo serlo), usted debe rebajar está muy gordito, cuide la salud. Una semana después fui a verla, esta vez con la camisa por fuera, le llevamos unas ayudas y ella llorando de la alegría me dijo: Andas más disimulado, pero la barriga está igualita. Al final la alegría de nuestra gente. La solidaridad de nuestra gente. El valor de nuestra gente. El empeño de nuestro presidente. El arrojo de nuestra comunidad entera, me hace soñar con la RD de mañana y al despertar, tengo una sonrisa pintada de oreja a oreja. Que nadie lo dude: Este es el momento de la República Dominicana.

Fuente Listin Diario

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