Por Eduardo Sanz Lovatón
A veces pienso en esos días ya lejanos cuando Luis Abinader me habló por primera vez de su proyecto presidencial. Debía correr el año 2008 o 2009. Admito que recibí sus comentarios con incredulidad, pues el panorama político de entonces no favorecía esa iniciativa. Viajando al futuro, y ya en este maduro 2022, como uno de sus funcionarios y como miembro de la dirección ejecutiva del partido de gobierno, me asombro del camino recorrido.
Ese trayecto incluye la transformación y luego la división de un partido mayoritario que parió al hoy Partido Revolucionario Moderno, las luchas por la institucionalidad democrática, por la independencia del Poder Judicial, que conllevó a enfrentarnos a un partido que se había fusionado con todas las extremidades del Estado. Aquella insurgencia luchaba contra lo que parecía una sociedad completa, dividida en aquellos que celebraban el partido Estado y en otros que con su indiferencia les permitían transitar; pocas eran las voces que, desde la sociedad civil, partidos minoritarios, y otros liderazgos desarticulados, clamaban por un cambio.
Ese cambio que encarnó Luis, arribó al triunfo empujado por fuerzas disímiles y hasta contradictorias. Al final del trayecto llegamos al poder motivados por una aspiración de un país diferente que muy pocos actores políticos, empresariales y sociales entendían. Esa falta de entendimiento se debe a que la sociedad global atraviesa cambios tan repentinos y tan sorprendentes que el mundo amanece en estos días o con un Donald Trump presidente o con una guerra en Europa, o una Marine Le Pen convocando casi la mitad de los votos en la Francia de la ilustración.
En otras palabras, las sociedades se expresan ya más allá de las ideologías tradicionales e inclusive pierden la paciencia antes sus gobernantes como nunca antes. Pocas expresiones más acertadas que el título del libro escrito por Moisés Naím llamado “El fin del poder”. En ese contexto el 16 de agosto del 2020 empezaba el cambio por el que habíamos luchado. Encontramos pandemia, encontramos un escenario internacional muy confuso, asumíamos las esperanzas y expectativas de una militancia partidaria muy necesitada. Veíamos con asombro las peticiones radicales que algunos actores de la sociedad civil clamaban con toda la razón del mundo ante 20 años de un divorcio entre la transparencia y la administración pública.
Esos primeros días de agosto me llegaron a parecer como quien quiere detener las aguas de un río. El tiempo no daba, las solicitudes no terminaban y las soluciones eran muy lentas para el apetito colectivo. Esos días vieron transformar a quien había sido un compañero y amigo, en un presidente. Ese presidente reflejaba una determinación difícil de describir. Su actitud era como quien asume lo imposible como normal y como quien entiende la derrota y el fracaso como algo insólito.
Hoy, todos estos meses después y todavía sin llegar a la mitad de este primer mandato, amanecemos con un Ministerio Público independiente, que a mi entender dividirá la historia dominicana en un antes y un después de la administración Abinader. Ese amanecer también nos encuentra con una pandemia controlada, con una economía que enseña números musculosos y un turismo que es ejemplo en todas partes para la industria.
Asimismo, tenemos un país más seguro, una administración mucho más transparente, un Estado abrazado a la innovación y decidido a vencer. Todavía los resultados de todos los esfuerzos no se presentan en todas las áreas. Errores de forma y de fondo hemos cometido y justo es reconocer que, si bien hemos empujado la buena política, todavía resurgen espacios reaccionarios de la vieja política entre nosotros. Por todo esto y con el anhelo de ser justo, debemos redoblar los esfuerzos para evitar recaídas y retrocesos. Pero habría que ser mezquino o vivir muy lejos de la realidad dominicana para ignorar que el cambio está en marcha.
Toda una generación de mujeres y hombres nacidos después de la muerte de Trujillo que ha asumido las riendas del estado de la mano de Luis, somos conscientes de que enfrentamos el pasado disfrazado de presente, de que se nos oponen fuerzas oscuras disfrazadas de luz, y por eso hoy más que nunca con la humildad de quien se sabe equivocado muchas veces, pero con la determinación de quien se sabe del lado correcto de la historia, decimos a todo pulmón: ¡Vamos!
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