Nos han educado y condicionado con la necesidad de encontrar la media naranja, el amor verdadero, la pareja perfecta y, a veces, la incapacidad de hallar todo eso genera frustración y nos hace replantearnos la fe en este sentimiento.
Les cuento que me ha vuelto a dar COVID-19. Un poco más leve que la primera vez y, como se imaginarán, estoy acostada y haciendo muchas cosas que me gusta hacer en la cama: leyendo, viendo series de TV, pensando, reflexionando y comiendo, sobre todo chocolates y entre otras cosas, me he puesto a filosofar sobre el amor, sus significados, su existencia, en su construcción social simbólica y en la necesidad de creer o no.
Desde pequeños nos han adoctrinado en la cultura del amor a través de los cuentos de hadas que nos acompañaron en la infancia, con sus finales felices donde solo bastaba amarse para derribar todo obstáculo. Pero nunca nadie nos planteó la posibilidad de que el príncipe no satisficiera sexualmente a la princesa, ni nos dijeron si alguno de los dos fue infiel, o si alguno roncaba, le olían los pies y menos nos contaron si hubo discusiones y divorcios. Todo era hermoso, bajo la radiante luz del sol.
Crecimos y nos vendieron las novelas rosa, en las que el amor todo lo podía y la joven pobre podía casarse con el hombre rico de sociedad o con un nuevo millonario. Me pregunté y me pregunto muchas veces por qué en esas novelas todos los hombres tienen dinero y terminan encontrando mujeres que en la mayoría de casos dejan todo para ser buenas madres y esposas, siempre dispuestas al sacrificio personal de dejar de ser ellas mismas, a pagar el precio de amar. Son demasiadas preguntas que me planteo ante esos empalagosos finales de ensueño. Irreales antes y ahora también.
Nos han educado y condicionado con la necesidad de encontrar la media naranja, el amor verdadero, la pareja perfecta y, a veces, la incapacidad de hallar todo eso genera frustración y nos hace replantearnos la fe en el amor, algo en lo que en la actualidad pocos creemos, debido a que nuestras vidas están estructuradas en una sociedad materialista que fomenta el individualismo a través de las redes sociales.
Amor, una palabra tan corta que al mismo tiempo está cargada de tanto significado.
Las canciones nos hablan de que amar es desnudar el alma, aunque se dejen visibles heridas sin cicatrizar, es confiar en otra persona, amar es entregar lo mejor de ti a cada instante, amar es dar, es recibir, es vivir, soñar, amar es compartir y construir recuerdos.
En nuestra cultura el amor también se ha utilizado como pretexto para esclavizar a otra persona, para maltratar, golpear y hasta para matar.
Muchas veces me he sentado a conversar entre amigos sobre el amor y he descubierto que muchos y muchas aun no han conocido el amor y yo misma me lo he preguntado, aunque siempre he pensado que existen dos tipos de personas: las que creen y las que no creen en el amor.
Sumergirse en la disquisición de si existe algún factor sicológico o cultural que provoque una u otra reacción frente al amor, es un camino profundo y difícil de descifrar.
Científicamente se considera que creer en el amor es muy bueno para la salud, pues produce un aumento en los niveles de dopamina en el cerebro, lo que provoca efectos positivos en todas las áreas de la vida. Te sentirás mucho mejor y con más animo para afrontar todo cuando estás enamorado.
El amor también es una adicción, respaldada por un cóctel de neuroquímicos como la oxitocina, la dopamina, la serotonina y la beta endorfina, que nos hacen querer estar con la persona que amamos, aunque también hay componentes sociales y personales que definen las razones por las que amamos.
No todos experimentamos el amor de la misma manera ni deseamos lograrlo por las mismas razones. Hasta el lugar donde nacimos, la forma en que nos criaron e incluso nuestra genética, pueden influir en nuestras elecciones.
Lo más sorprendente del amor es que lo podemos distribuir a muchas personas y seres diferentes: podemos amar a nuestros amigos, a nuestra familia, a nuestros hijos y a nuestros amantes. Pero también podemos amar a un dios, a nuestras mascotas e incluso a celebridades que no conocemos.
Amar en sus diferentes formas es bueno para la humanidad, y por eso en estos días «covidianos» hago un llamado a reflexionar sobre la necesidad de volver a creer en el amor. Pero para que sea sano y realista, debemos de deconstruir esos mitos y creencias que nos han inculcado y construir un nuevo relato del amor entre seres humanos que somos distintos y diversos, personas imperfectas con necesidad de convivir en comunidad, de compartir en sociedad, de vivir en familia.
El amor de pareja está casi en extinción, y es que la sexualidad y el disfrute gana la batalla en un mundo dominado por la superficialidad y el libre mercado, donde se le da más valor a lo que mejor se ve y donde todo perece o se reemplaza en el corto plazo.
Recuerdo que mis abuelas me decían «Después de la lluvia volverá a salir el sol, no pienses en que te volverán a herir. El amor en pareja es uno que se funda y se aprende.»
También me dijeron, en su infinita sabiduría, que siempre existen riesgos, que volver a amar no es sinónimo de debilidad, que se puede volver a confiar, que las rupturas traumáticas se superan, que siempre llegará alguien a devolvernos la fe y la alegría.
Mis divagaciones me llevaron a concluir que a pesar de haberlo perdido todo y aunque no queramos decirlo en voz alta, la mayoría de los seres humanos seguimos apostando a creer en el amor, a encontrarlo y en la búsqueda aprendemos que vale la pena apostar y tener fe.
Yo, igual que nuestro inolvidable Victor Victor, ando buscando un amor como ninguno, que se entregue al amor, que me de su pasión, que me ame tal como soy. Y te invito a ti, que me lees, a que como Juan Luis Guerra cantes con un ancla imprescindible de ilusión, deja que sueñe tu corazón y que haga burbujas de amor por donde quiera.
Por Janet Camilo
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