Uno de los grandes mitos históricos es que a las hermanas Mirabal las asesinaron por «problemas pasionales» o fruto del «machismo» del tirano Rafael Leónidas Trujillo; no obstante, la verdad es que ellas eran las principales opositoras en la última etapa de la dictadura.
Si bien es cierto que su conflicto con la tiranía empezó en octubre de 1949 cuando la familia Mirabal fue invitada a una de las fiestas que hacía el sátrapa, luego de que Minerva lo dejara plantado en el baile; la realidad es que tanto ella como María Teresa se convirtieron durante más de una década en acérrimas disidentes de la Era de Trujillo.
A Minerva le apasionaban los temas políticos y no perdía oportunidad en decir lo que pensaba; por ejemplo, criticar al régimen por el sistema de represión y la falta de libertades que mantenía al país en una especie de cárcel gigante, lo que provocó la vigilancia constante por parte de los espías y calieses.
Toda esta situación deterioró la salud de su padre Enrique Mirabal, quien terminó falleciendo a causa de varios derrames cerebrales en 1953.
Minerva tenía ideas avanzadas y, luego de la muerte de su progenitor, se matriculó en la Universidad de Santo Domingo para cursar Derecho, donde conoció a quien sería su esposo: Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo).
Allí sus posturas políticas se consolidaron y su hostilidad contra el régimen se encarnizó. Mismas actitudes fueron seguidas por María Teresa, quien también se había matriculado para estudiar Topografía Agrícola (agrimensora). Ambas pudieron alcanzar la titulación en sus respectivas carreras.
El punto de inflexión llegó el 14 de junio de 1959 cuando se produjeron las expediciones de 1959. Ya para la fecha, tanto Minerva como María Teresa estaban involucradas en actividades clandestinas con sus esposos Manolo y Leandro Guzmán.
De aquella fracasada expedición, surgió el denominado movimiento «14 de Junio (14J)» que buscaba hacer frente a la tiranía en medio de una serie de cambios que acontecía en el continente.
El atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt y las posteriores sanciones de la Organización de Estados Americanos en contra del régimen; la masacre y tortura de los expedicionarios del 1959 y el retiro del apoyo por parte de la iglesia católica, idealizaba un nuevo mañana para la República Dominicana y, por tanto, los militantes del 14J apostaban a un empujón más para que el régimen terminara de caer.
Patria Mirabal, la mayor de las hermanas, había apoyado al movimiento al disponer su casa como refugio de perseguidos. Ese apoyo provocó que la tiranía confiscara varias de sus propiedades y las pusiera en subasta. Al igual que Minerva y María Teresa, ella también estaba en el lente del tirano.
El Servicio de Inteligencia Militar (SIM) estaba en su apogeo, en su etapa más sanguinaria y despiadada. Las cárceles estaban repletas de opositores y ante el cerco internacional que se mantenía sobre la dictadura, esta había perdido el norte y ya no guardaba ni siquiera las apariencias.
Rufino de la Cruz, quien históricamente ha sido olvidado y solo señalado como el chofer de las Mirabal, como si su muerte hubiera sido fruto de la mala suerte, también era militante del 14J; por tanto, su muerte aquel 25 de noviembre de 1960 no era solamente producto de la coincidencia sino del deber cumplido, al acompañar a las hermanas en medio de las hostilidades que le rodeaban.
Todo está documentado. Las actividades políticas, el legado de luchas antitrujillistas y el esfuerzo de hombres y mujeres que murieron por puro ideal. El asesinato de las hermanas Mirabal no fue, sin duda alguna, por «motivos pasionales» o «machismo»; todo fue por asuntos meramente políticos por parte del tirano que, como diría Rómulo Betancourt sobre su gobierno: «Son los postreros coletazos de un animal prehistórico incompatible con el siglo XX
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