Por Darwin Feliz Matos
La tormenta tropical Melissa “ya convertida en un poderoso huracán categoría cinco” ha dejado una profunda lección sobre la vulnerabilidad del Corredor Biológico del Caribe frente a los embates de la crisis climática. Su inusual y prolongada trayectoria, con más de ocho días sobre las cálidas aguas del mar Caribe, ha sorprendido incluso a los meteorólogos más experimentados y encendido las alarmas de la comunidad científica internacional.
Lejos de ser un evento aislado, Melissa se erige como una manifestación clara del cambio climático que azota la región. Desde su formación, presentó una estructura atípica y una dinámica errática que desafió los modelos meteorológicos convencionales, al punto de que el Centro Nacional de Huracanes (NHC) de Estados Unidos reconoció la dificultad de proyectar su rumbo con precisión.
A diferencia de otros ciclones tropicales que atraviesan el arco de las Antillas Menores hacia el sur de Cuba en apenas dos o tres días, Melissa permaneció casi estacionaria, absorbiendo energía de un mar cada vez más cálido. Este fenómeno evidencia el impacto directo del calentamiento global sobre los sistemas atmosféricos del Caribe, una región donde el aumento de la temperatura del océano se traduce en tormentas más intensas, prolongadas y erráticas.
Una respuesta ejemplar, pero un desafío persistente
Frente a esta amenaza, el Gobierno dominicano, encabezado por el presidente Luis Abinader, mostró una coordinación efectiva y oportuna. La reunión de seguimiento del Comité de Prevención, Mitigación y Respuesta (PMR), realizada durante varios días en sesión permanente en el Palacio Nacional, permitió ejecutar con rigor el Plan Nacional de Prevención, Mitigación y Respuesta, articulando los esfuerzos de las instituciones de socorro y seguridad.
El mandatario agradeció al pueblo dominicano por acatar las disposiciones preventivas, lo que permitió preservar vidas y reducir daños materiales. Los pronósticos precisos del Instituto Nacional de Meteorología (Indomet) fueron esenciales para mantener a la ciudadanía informada y organizada ante un evento que, de no haberse gestionado adecuadamente, habría podido tener consecuencias devastadoras.
Gracias a una acción gubernamental coherente y preventiva, se logró una respuesta ejemplar en términos de alimentación, evacuación, atención social y rescate, con la inclusión de drones para la distribución de alimentos en zonas incomunicadas, marcando un precedente positivo en la gestión de emergencias en el país.
El Caribe, una región en la línea de fuego climática
Sin embargo, más allá del éxito operativo, Melissa debe invitarnos a reflexionar. El Caribe se ha convertido en una zona de alta exposición climática, donde las sequías prolongadas, las inundaciones recurrentes y la pérdida de biodiversidad amenazan los medios de vida de miles de familias rurales y costeras.
El Corredor Biológico del Caribe, vital para la conectividad ecológica entre las islas y el continente, enfrenta un deterioro acelerado producto de la deforestación, el desarrollo urbano descontrolado y los impactos del cambio climático. Si los ecosistemas colapsan, la capacidad del territorio para amortiguar los efectos de los desastres naturales disminuirá drásticamente.
Iniciativas como el Proyecto Comunidades Caribeñas Resilientes (CCR), liderado por Welthungerhilfe en alianza con OroVerde y organizaciones locales en Cuba, Haití y República Dominicana, representan esfuerzos cruciales para fortalecer la resiliencia comunitaria y ambiental. Sin embargo, estas acciones deben ser acompañadas por políticas educativas sostenidas y de alcance nacional.
Educar para sobrevivir
Resulta urgente implementar jornadas de capacitación en las escuelas y comunidades sobre los fenómenos naturales, sus causas y las formas adecuadas de respuesta. Educar en prevención es preparar a las nuevas generaciones para convivir con una realidad climática que no admite improvisaciones.
La crisis climática no es una amenaza futura, sino una crisis presente. Y aunque el Gobierno dominicano ha demostrado capacidad de respuesta, la verdadera transformación comenzará cuando cada ciudadano asuma conciencia del papel que juega en la preservación del entorno.
Melissa no solo fue una tormenta: fue un espejo. Nos recordó que la naturaleza está reaccionando a los excesos de nuestra civilización, y que el tiempo para actuar se acorta con cada huracán, cada sequía, cada ola de calor.
El Caribe necesita más que sistemas de emergencia: necesita una cultura de resiliencia. Si queremos seguir llamando hogar a esta franja de belleza y biodiversidad, debemos protegerla con conocimiento, planificación y respeto. Solo así podremos asegurar que, cuando llegue la próxima Melissa “porque llegará” nos encuentre no solo preparados, sino verdaderamente conscientes.

