Cuando el agua cambia de color: lo que nos enseña el caso de la presa de Hatillo

Por VÍCTOR DE LOS SANTOS
Maestría en contabilidad fiscal, gestión medioambiental y contaminación

El reciente cambio de color del agua en la presa de Hatillo ha despertado preocupación pública y ha puesto en marcha una investigación por parte del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Aunque a primera vista el fenómeno puede parecer aislado o súbito, en realidad se trata de un patrón cada vez más común en grandes embalses de América Latina y el Caribe: el agua puede volverse verde o turbia cuando coinciden altos niveles de nutrientes, poca circulación y condiciones ambientales que favorecen el crecimiento excesivo de organismos como algas y cianobacterias.

Lo sucedido en Hatillo tiene paralelos claros en la región. En 2025, el embalse de Salto Grande (Argentina–Uruguay) apareció cubierto por una capa verde intensa debido a una floración masiva de cianobacterias, lo que obligó a emitir alertas por riesgos para la salud y afectó fauna acuática y actividades turísticas. De manera similar, la Laguna del Sauce en Uruguay —fuente de agua potable para Maldonado— ha experimentado episodios recurrentes de “agua verde” por eutrofización crónica, obligando al uso de monitoreo satelital y sistemas tempranos de vigilancia. En Argentina, el lago San Roque también ha sufrido episodios similares, visibles incluso desde drones y helicópteros, asociados a descargas urbanas, uso de fertilizantes y temperaturas elevadas.

Los tres casos comparten un factor común: el exceso de nutrientes (nitrógeno y fósforo) provenientes de escorrentías agrícolas, aguas residuales, actividad ganadera y uso intensivo del suelo. Cuando estos nutrientes llegan a un embalse —especialmente uno grande y de flujo relativamente lento como Hatillo— se crea el escenario perfecto para que algas y cianobacterias se reproduzcan masivamente. El resultado es un agua que adquiere tonos verdes o marrón-verdosos, acompañados de turbidez, pérdida de oxígeno y, en ocasiones, mortandad de peces.

Hatillo no es ajena a este patrón. En 2023, el propio Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales reportó una floración de algas como posible causa de un evento de mortandad de peces en el embalse. El fenómeno actual responde a la misma dinámica: una cuenca con fuertes presiones agrícolas y urbanas, lluvias que arrastran sedimentos y nutrientes, temperaturas elevadas y baja tasa de recambio. La combinación activa un ciclo de deterioro que puede repetirse y agravarse si no se gestionan las fuentes de contaminación difusa en la cuenca del Yuna.

La buena noticia es que el fenómeno es manejable si se actúa a tiempo. Los países que enfrentan crisis similares han incorporado herramientas que República Dominicana puede adoptar plenamente: monitoreo continuo de nutrientes, vigilancia con imágenes satelitales, control de vertidos, bandas de protección ribereña y planes de gestión integral de cuencas. Todo esto reduce la entrada de nutrientes y permite anticipar episodios antes de que el agua cambie de color.

La presa de Hatillo es un activo ambiental, energético y social estratégico para el país. Lo que hoy vemos como un cambio de color es, en realidad, un síntoma de un proceso más profundo: el deterioro progresivo de la cuenca por exceso de nutrientes y transformaciones del uso del suelo. Este episodio debe servir como llamada de atención para fortalecer la gobernanza ambiental y evitar que nuestros embalses sigan el camino de otros cuerpos de agua latinoamericanos que hoy luchan por recuperarse.

En resumen, el color del agua no cambia por casualidad, cambia cuando la cuenca habla. Y Hatillo, una vez más, nos está diciendo que debemos escucharla.